Un relato íntimo y colectivo sobre cómo estamos redefiniendo el tiempo, el descanso y lo que significa vivir a nuestro ritmo en un mundo que ya no gira como antes.
Por Ehab Soltan
HoyLunes – ¿Y cuándo te vas de vacaciones?, le preguntó Ana a su compañero, mientras miraba de reojo el calendario.
—En marzo. Ya no espero a agosto. Hace años que no me funciona.
Esa respuesta, lanzada como quien tira una piedra en un lago, dejó ondas. No porque fuese absurda. Al contrario. Porque era perfectamente lógica. ¿Vacaciones en marzo? ¿Por qué no?
Durante décadas, el verano fue una estación sagrada. Julio, agosto y —si acaso— una parte de septiembre, se convirtieron en sinónimo de «descanso», «desconexión» y «derecho ganado». La industria turística lo acomodó así. Las empresas se replegaron. Las playas se llenaron. Los aeropuertos ardían. Y todos, o casi todos, aceptamos que el reloj del descanso tenía dueño: el calendario oficial.
Pero algo empezó a romperse.
“Antes, si decías que ibas a tomarte vacaciones en enero o en mayo, te miraban como a un bicho raro. Hoy, es cada vez más habitual”, cuenta Blanca Morán, gestora hotelera en el norte de España, acostumbrada a ver cómo la clientela se ha vuelto más impredecible… y más humana.
Los datos lo confirman: en los últimos tres años, los viajes fuera de temporada alta han crecido un 17% en Europa, y el 42% de los trabajadores independientes prefieren escaparse en meses considerados “improductivos” por la industria tradicional. No es una moda. Es una transformación cultural.

—Ya no busco calor ni grandes eventos. Quiero silencio. Y si puedo, en temporada baja —dice Javier, profesor universitario que ha comenzado a tomar vacaciones en febrero.
—¿Y no te da miedo perderte algo? —le preguntan a menudo.
—Me da más miedo perderme a mí.
La flexibilidad laboral, el teletrabajo, el turismo consciente y las crisis climáticas han convergido en un mismo punto: la necesidad de reencontrar un nuevo ritmo vital. Uno más sostenible, emocionalmente más sabio, menos condicionado por la temperatura o por las campañas de marketing.
Mientras los gobiernos aún discuten sobre semanas laborales de cuatro días o permisos ampliados, la ciudadanía ya está actuando. Muchas personas están saliendo del bucle del calendario tradicional sin pedir permiso.
Y esto, inevitablemente, reconfigura la economía turística.
“Cuando los viajeros vienen en octubre, diciembre o abril, todo el sistema debe adaptarse: el personal, los servicios, los costes energéticos… pero también se alivian los excesos del verano. Es una bendición si sabemos gestionarla”, explica Esther L., responsable de sostenibilidad en una cadena hotelera con presencia en cinco países.
La temporalidad se diversifica. La gente reclama respirar en otras fechas. Y al hacerlo, están cambiando sus vacaciones: están redefiniendo el tiempo como lo conocíamos.

—¿Sabes qué es lo mejor de irte en noviembre? —dice Ana, al final del café.
—¿Qué?
—Que no tienes que competir con nadie. No es solo descanso: es libertad.
Lo que parecía una rareza se está convirtiendo en pauta. No para todos, claro. Las desigualdades siguen marcando quién puede y quién no puede romper el calendario oficial. Pero hay algo que se mueve, silencioso y firme, como una marea sin sirenas: la voluntad de no esperar a que la vida te diga cuándo vivirla.
Mientras tanto, el sector turístico que escuche —y que no tema perder el verano como su única carta— será el que lidere la nueva etapa. Una donde el descanso ya no será premio ni privilegio… sino parte esencial de un pacto más honesto con el cuerpo, con el alma, y con el mundo que habitamos.
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